Hablando de VIH, las palabras sí importan

Hablando de VIH, las palabras sí importan

La infección por VIH es una condición de salud que está rodeada de juicios y prejuicios. Durante demasiados años se ha pensado que quien tiene el virus lo adquirió por estar haciendo “algo malo” o a través de comportamientos “reprochables”, como uso de drogas, múltiples parejas sexuales o relaciones con personas del mismo sexo.

Sin embargo, la realidad es que el VIH puede habitar en cualquier persona: alguien que recibió un trasplante de órganos, una esposa que únicamente ha tenido relaciones con su esposo o un médico que se infectó en un accidente laboral con una aguja contaminada.

El peso del estigma ha sido un gran obstáculo para prevenir nuevos casos, ya que cuando uno siente que no ha hecho nada “malo”, cree que no está en riesgo, y que las únicas personas que pueden infectarse son aquellas que “se portan mal”.

Y un factor muy importante para combatir el estigma son las palabras. La forma en que nos referimos a la infección, a las personas que la tienen o a los comportamientos sexuales pueden facilitar o dificultar (según el caso) una discusión más objetiva sobre el tema.

Cada letra pesa

Una duda frecuente es cómo llamar a las personas con VIH, y la respuesta es: simplemente así, personas con VIH o personas que viven con el VIH, como una forma de hacer énfasis en que aún con el virus, la vida continúa.

Incluso términos que pretendían ser más respetuosos se han dejado de usar porque no son precisos, por ejemplo, “personas seropositivas”, pues el concepto se refiere a un resultado positivo que no sólo podría referirse al VIH, sino también a otros virus.

También vale la pena recordar que el VIH no se contagia, sino que se transmite. Una enfermedad es contagiosa cuando el microorganismo que la causa puede sobrevivir fuera del cuerpo humano, y como ejemplo más que claro está el actual coronavirus SARS-CoV-2. Se dice que una enfermedad se transmite cuando el agente infeccioso no sobrevive fuera del cuerpo, como es el caso del VIH, que no se encuentra en albercas ni inodoros ni utensilios de cocina, etcétera.

Finalmente, los términos correctos ayudan a respetar la dignidad de las personas. Al principio de la epidemia se hablaba de “grupos de riesgo” al referirse a hombres homosexuales, personas usuarias de drogas o trabajadoras sexuales. Sin embargo, el hecho de ser homosexual o trabajador/a sexual no es, en sí mismo, un riesgo. El riesgo está en el comportamiento. Si una trabajadora sexual usa condón con todos sus clientes y con su pareja estable, no enfrentará un alto riesgo de VIH. En cambio, si un estudiante universitario tiene contactos sexuales sin condón y estando ebrio, probablemente enfrente un mayor riesgo de infección.

El lenguaje es una forma de interpretar y representar al mundo, y usar las palabras adecuadas no es un asunto de ser “políticamente correcto”, sino de comprender la realidad en su justa dimensión.

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