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Esta científica llevó el VIH en su bolso hasta su país

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Tina Gutiérrez

El 1985, el sida se expandía por el mundo, aunque muchos países se negaban a aceptarlo. Ya que este síndrome había sido vinculado con poblaciones muy estigmatizadas, como los hombres gays y los usuarios de drogas inyectables, algunas naciones creían que nunca llegaría a sus territorios, donde esos “problemas” no existían.

Este era el caso de Bulgaria, que para la década de los ochenta vivía bajo un régimen comunista estrictamente controlado. Desde su lado de la Cortina de hierro, en plena Guerra Fría, el sida y su agente causante, el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), eran considerados un signo de la decadencia de Occidente, esto a pesar de que estudiantes extranjeros y marineros estaban falleciendo por estas causas en hospitales búlgaros.

Pero médicos expertos en virología, como la doctora Radka Agirova, sabía que el VIH era algo distinto de lo que la humanidad había enfrentado hasta entonces, y le habían seguido la pista de cerca, según relata el portal en español de la BBC, el cual retoma la historia de esta pionera de la virología en Bulgaria.

Un encuentro afortunado

Mientras en la Academia Búlgara de Ciencias estudiaba, por iniciativa propia, al VIH, en otros países del hemisferio occidental ya se emprendían campañas sobre el uso del condón, pues ya se conocía que el virus se transmite por las relaciones sexuales.

Las autoridades búlgaras veían a la infección como un problema lejano, por lo que no les interesaba ahondar en el tema. Sin embargo, la doctora Agirova asistió a una conferencia científica llevada a cabo en Hamburgo, en la entonces Alemania Occidental, logrando así ponerse en contacto con colegas de todo el mundo, interacción que era un privilegio del que muy pocos de sus compatriotas podían gozar.

En esa conferencia se encontraba también el virólogo estadounidense Robert Gallo, quien es recordado por haber establecido la relación de causa-efecto entre el VIH y el sida y por el desarrollo de la prueba de sangre para detectar el VIH.

Uno de los días de conferencia, Gallo se acercó a Agirova a pedirle un cigarrillo. Al saber de dónde venía, quiso saber más sobre la situación del sida en Bulgaria. La respuesta de la viróloga fue: “No puedo decírtelo porque no tenemos diagnósticos, así que no sé nada al respecto. Necesitamos hacer pruebas”. El estadunidense le dijo: “Por favor, hágalos”, y ella tuvo que contestar: “Sí, pero no tengo el virus”.

Gallo pensó en solucionar ese problema. Le pidió a un colega del país anfitrión que preparara el VIH en su laboratorio y que lo empacara en un frasco de un tamaño equivalente al de un teléfono celular. Se lo dieron a Agirova para que lo llevara a Bulgaria a su regreso; iría de contrabando, en su bolso.

Le entregaron dos frascos con la preparación, roja y oscura “como el vino tinto”, un frasco tenía células infectadas con VIH y el otro contenía células no infectadas. Las cargó en su bolso y regresó a Sofía, la capital búlgara.

El inicio de la historia

Luego de aterrizar en su país, la doctora fue llevada de inmediato por un amigo a la Academia Búlgara de Ciencias, donde almacenó los frascos a los 37 grados centígrados que requerían. Sin embargo, en ese momento no podía saber si las células y los virus habían sobrevivido al viaje. Por fortuna, a los pocos días pudo ver que las muestras tenían buen aspecto.

Pero con estas buenas noticias, llegaron algunas malas para Agirova. La noticia de que había traído el virus al país se difundió e incluso algunos de sus colegas científicos tenían miedo, aunque algunos más tenían “algo de envidia”, intuye la viróloga.

El alboroto llevó los rumores a los servicios de seguridad del gobierno, que la interrogaron durante meses sobre cómo y, sobre todo, con qué intención un médico estadunidense le había dado el VIH para llevarlo a Bulgaria. Agirova tuvo que explicarlo muchas veces, hasta que encontró algunos aliados dentro del sistema comunista y se le permitió comenzar a trabajar con sus colegas en un sistema de pruebas de detección del VIH.

Para 1986, el país ya tenía 28 centros de pruebas, y en 1990 la doctora Radka Agirova se convirtió en la encargada de educar a la población sobre el VIH y el sida. No hay duda de que historias como las de Agirova, llenas de convicción y con un toque de osadía, son las que han logrado cambiar el rumbo de la pandemia de VIH en el mundo.

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